No obstante hay cosas que escaman y, hay que decirlo… no son pocas. ¿Estamos ante una película entretenida? Pues innegablemente si, entre el frenesí del arranque, que no deja de ser el final del anterior film, y el desenlace posterior que dura cerca de media película, Peter Jackson se ha ganado a una buena cantidad de público. El no lector de la obra asumirá que todo es verdad y santas pascuas. Cero preocupaciones, consumo de palomitas asegurado y dos horas y cuarto después de apagarse las luces pues feliz de la vida. Luego está el otro lado, el más crítico con la adaptación y con los aspectos de continuidad y montaje en general. Aquí Peter Jackson, Philippa Boyens, Fran Walsh y Guillermo del Toro, no se libra nadie ya que todos figuran como guionistas, nos han hecho la puñeta. “Extendámonos“, dijeron unos, “de acuerdo“, gritaron otros. No lo veo mal, pero si lo vas a haces trata de no meter con calzador según que historia en según que momento.
Una gran parte de la producción la desvirtúa, no hay defensa posible, un personaje como Legolas. Me pregunto qué tipo de trato debía tener firmado Orlando Bloom con el diablo para ganarse el derecho a ser protagonista de El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos, en esta película sale hasta cuando no se lo merece. Pegado a él como una lapa tenemos a Tauriel, producto Hollywood llegado para compensar el ratio hombre vs. mujer y para que la película sea comprendida cumpliendo con los cánones que se marca en el desarrollo de guiones perfectos al otro lado del charco… “love interest“, aunque sea forzadísimo. Tras la ración élfica logras de alguna forma encauzar los destinos de nuestros personajes y hasta aquí bien, pero como tiene que haber un personaje tontorrón, villano de poca monta y medio pelo, pues escarbas y encuentras a Alfrid… ¿Quién? Alfrid. Qué narices pasa por la mente de un guionista para pensar que este tipo debe copar un par de decenas de minutos de film e irse de rositas. Pues no lo sé y no quiero saberlo. Si lo de Tauriel o Legolas lo podemos hasta asimilar, lo dé Alfrid no y más cuando te olvidas por completo de 10 de los 13 enanos que se han ido a Erebor a reclamar su tesoro.
Esa es otra realidad, ¿qué leches ha pasado con Balin, Dwalin, Bifur, Bofur, Bombur, Oin, Gloin, Dori, Nori y Ori? Pues se ve que no nos debe interesar. Su presencia es anecdótica, bien merecían protagonizar algún momento más épico con idea de empatizar con el conjunto y no dejar todo en manos de Fili, Kili y Thorin. Más aún, hacia tiempo que no veía un final más insulso que este. La emotividad del cierre de la trilogía de El Señor de los Anillos se come con patatas la frialdad con la que Peter Jackson despacha El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos. Si es que canta demasiado que veremos entierros, homenajes y fanfarria en la edición para cine en casa de la película.
Y hay más, Azog y Bolg, la bomba Beorn, Radagast domador de Águilas, Galadriel vs. El Nigromante, Saruman y Elrond… paranoia y LSD. Todo suma Peter Jakcson, y El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos es la versión descafeinada de El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey… si hasta tenemos piruetas digitales de Legolas que claman al cielo! En fin, se disfruta, pero en mi caso se trata de la confirmación de que Peter Jackson debe cambiar de aires lo antes posible.

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